martes, 10 de febrero de 2015

Obsesiones curativas

la noche sexualEl libro que leo, La noche sexual, de Pascal Quignard (Editorial Funambulista), es un libro muy sugerente, aunque por momentos intencionadamente ambiguo e impreciso. Justo por esta ambigüedad me hizo pensar en la poesía. Pero ya hablaré de la poesía. También me ha hecho pensar en el psicoanálisis.

Para Quignard el concepto noche sexual posee muchos significados. Trufando su texto de mitología y de una colección envidiable de grabados y pinturas, Quignard, entre otras muchas ideas, nos cuenta cómo la escena original, la noche sexual en la que nuestros padres nos conciben, marca nuestras vidas, y cómo esa escena es para nosotros invisible, pasado de nuestro pasado, tiniebla e intriga, noche más oscura que la noche, ese otro mundo que se arrastra al otro lado del día y la razón. La vida, a partir de ahí, se nos divide en luz y oscuridad. Estas y otras muchas imágenes que han salpicado el libro hasta ahora me han parecido, como decía, sugerentes. Por ejemplo:

El puritanismo define a aquellos que no soportan la escena inmostrable e incesante. La mayoría de las sociedades son puritanas, detestan que se les recuerde tanto el origen sexual del vínculo social como el fundamento primario de todos los valores. El puritanismo es la inmaculada concepción de lo social, la mujer velada, el Cantar de los Cantares, el hijo muerto en el regazo de una madre que llora, y no los amantes que se desnudan y acercan en el gozo.

Pero hay otros pasajes en los que las sugerencias de Quignard se llenan de psicoanálisis, y entonces es como si el autor perdiera su libertad poética, como si dejara a un lado la sugerencia y con cierto aroma didáctico se enfangara en lo categórico. Al fin y al cabo el principal error del Psicoanálisis no es más que su pretensión desquiciada de haber descubierto los esquemas científicos de la imaginación y de la fantasía, y de haber explicado con ellos nuestros miedos y preferencias. Para ello, el Psicoanálisis (Freud primero y luego sus incontables acólitos) imagina y fantasea, elevando a leyes psicológicas toda una ristra de visiones que van depurándose (o retorciéndose) y divergiendo en las infinitas escuelas psicoanalistas.

La escena [original, donde nos concibieron] pone de manifiesto su carácter no sólo sexual sino también bestial, e impone a la imaginación la postura more ferarum que los niños suponen en su origen. El agujero de salida del cuerpo en este mundo es, en primer lugar, el ano por donde reaparece lo que fue devorado.
Los padres hacen el amor como los perros de las aceras.
Cagan a los hijos como los caballos el estiércol sobre los adoquines.

EysenckHans Eysenck, psicólogo conductista, escribió en 1980 un librito muy interesante titulado La rata y el diván. En él describía dos antiguos casos de niños con problemas psicológicos: uno, Hans, a quien Freud trató en 1909 de un miedo exacerbado a los caballos, y otro, Albert, a quien en 1920 trataron Watson y Rayner de una fobia a las ratas.

Freud diagnostica a Hans a distancia, escribiéndose con el padre, músico y entusiasta seguidor de las ideas psicoanalistas. Hans, sin cumplir aún los tres años, se toca mucho “la cosita”. Un día mamá le dice que no se la toque tanto o lo llevará al médico para que se la corten. Cuando nace su hermanita ve que no tiene cosita, y además de sentir unos enormes celos (Freud y el papá hablan de angustia) se niega a aceptar que las niñas no tienen cosita. Luego Hans se enamora de su madre y le pide que le toque la cosita. El padre de Hans culpa a su mujer de haber provocado la neurosis del niño por un exceso de mimo, y por haber colocado al niño en el puesto de él. El niño sueña con jirafas, una grande y otra arrugada, y su padre y Freud coinciden en que son respectivamente el padre y la madre. Hans se enfrenta al padre: mamá es suya. Luego vuelve a soñar, esta vez con un fontanero que le clava un gran destornillador en la barriga mientras está en la bañera. Por supuesto, el fontanero es papá con su Freudgran pene erecto. Hans tiene fobia a los caballos y no puede salir a la calle. Ha visto derrumbarse a uno de ellos, y al susto se le añade que seguramente se ha fijado en el enorme y terrorífico pene del caballo. Los miedos de Hans son desplazados a los caballos, y así en vez de matar a papá, odia y teme a los caballos. Lo subyacente, la represión, el inconsciente, la etapa edípica, la fase anal y la fálica, la latencia y la libido, la amnesia infantil, las zonas erógenas (boca, ano y pene, en el niño), la castración, el yo, el ello y el superyó, la envidia fálica y el complejo de Electra…

El psicoanálisis siempre me pareció una sarta de fantasías algo obsesivas y por momentos asquerosas. Creo que Freud y sus seguidores no describieron otra cosa que sus propios vicios y miedos, y sin una sola prueba científica los convirtieron en teorías, en leyes universales. Si yo no creo haberme enamorado de mi madre ni de haber tenido deseos de matar a mi padre es porque anda por ahí el inconsciente, una instancia la mar de útil para que los psicoanalistas mantengan sus fantasías sin la necesidad de demostrarlas; el mismo mecanismo que el de las religiones. Y siempre he pensado que estas fantasías podían ser tan fructíferas como cualesquiera otras, tomadas por supuesto como acto literario, como aportación expresiva. El problema es que el psicoanálisis no se quedó en una descripción más de nuestros fondos oscuros, sino que extrajo de ella una terapéutica. De ahí que el pequeño Albert se curara de su fobia a las ratas con un simple método de aproximaciones sucesivas, asociando estímulos agradables a la creciente cercanía de una ratita al niño, mientras que el pobre Hans debió asumir que sólo curando sus múltiples neurosis y venciendo variados complejos y disfunciones inconscientes podría volver a ver un caballo sin morirse de miedo.

En Decadencia y caída del imperio freudiano, Eysenck dice lo siguiente:

Lo que hay de cierto en Freud no es nuevo, y lo que hay de nuevo en Freud no es cierto. (…) El psicoanálisis es, en el mejor de los casos, una cristalización prematura de ortodoxias espurias; en el peor, una doctrina pseudo-científica que ha causado un daño indecible tanto a la psicología como a la psiquiatría, y que ha sido igualmente dañina para las esperanzas y aspiraciones de incontables pacientes que confiaron en sus cantos de sirena. Ha llegado la hora de tratarlo como una curiosidad histórica, y de volver a la gran tarea de construir una psicología verdaderamente científica.

Recuerdo que en la década de los ochenta el profesor de Psicoanálisis en la Universidad de Sevilla era un tipo bastante exótico. Se decía que la corrección de sus exámenes eran verdaderos repasos psicoanalíticos de los alumnos. Creo que nos años después se suicidó.

Rodolfo Fucile - El caso SchreberAunque por fortuna el conductismo parece que hace mucho que relajó su encorsetamiento experimental, introduciendo otras variables en el esquema inicial y algo pobre de estímulo-respuesta, no ha dejado de solicitar que la psicología y la psiquiatría sean ciencias psicosociales (también médica en el caso de la psiquiatría), es decir, que no se basen en fantasías. La fantasía nos ayuda a vivir, y nos puede hacer tanto bien como el arte, la risa o el sexo, pero jamás debería ser usada para el tratamiento de las neurosis según las intuiciones de un gurú. Freud, un tipo inteligente y perspicaz, no puede asignarnos a todos sus fantasías. Yo nunca quise matar a mi padre, ni consciente ni inconscientemente, ni me enamoré de mi madre para copular con ella. No sólo no ocurrió sino que me parece repugnante que alguien sostenga que sí ocurrió. Decir que niego estos deseos porque ocurrieron en mi inconsciente es una treta idiota. Del mismo modo, en el inconsciente de Freud, éste pudo basar todos sus inconsistentes descubrimientos en el deseo de convertirse en un gran curandero africano desnudo, conjurando así el temor latente y el deseo inconsciente de ser violado por una banda de sátiros austrohúngaros.

Fuentes:

Eysenck, Hans, La rata o el diván, 1980.

Eysenck, Hans, Decadencia y caída del imperio freudiano, 1985. [ENLACE]

García-Vega Redondo, Laura, “Condicionamiento o conflicto edípico. Dos alternativas ante la ansiedad. El caso de los niños Albert y Hans”, en Revista de la Historia de la Psicología 2000, Vol. 21, nº 2-3, pp. 543-554. [ENLACE]

2 comentarios:

capolanda dijo...

Totalmente de acuerdo, ocurre que a una gran parte de la humanidad le encantan los gurús. Una de las cosas que caracterizan a las víctimas de las pseudociencias es su afán por encontrar un conocimiento que, ante todo, parezca "especial", personalizado por decirlo con mayor exactitud. Lee este comentario que recibí en mi blog hace más de un año:

http://analitoendisolucion.blogspot.com.es/2013/05/la-fascinacion-por-los-elementos.html?showComment=1372408587300#c7967996312672727699

Fíjate que el tipo admite que, según él, la astrología es bonita porque es un conocimiento que pocos pueden ver. Dejando a un lado que esta afirmación es obviamente falsa, lo que le gusta es, por tanto, su carácter de narrativa personal. En ese sentido, la fuerza del psicoanálisis es temible, como dijo Borges: la idea de que nuestras neuras y manías tienen un experto dedicado a ellas. Suma a eso que no pocas figuras públicas tienen una clara postura contra la psiquiatría o psicología y tienes, por desgracia, demasiado público potencial.

De todos modos, las cosas de Freud se quedan cortas comparadas con la psicomagia de Jodorowski, a quien he leído en Twitter recomendarle a un tipo arrojar un par de botas en las que haya cagado (sic) a la tumba de su abuelo, creo, para curar un cáncer. Increíble.

Sir John More dijo...

Me parece muy atinada esa puntualización, en la que nunca había pensado. Es cierto, en todos estos movimientos hay un interés tanto de los gurús como de los acólitos por parecer originales, por ser "los elegidos". Y lo de Jodorowski es tremendo...