lunes, 31 de diciembre de 2007

El Pescaílla

No recuerdo su nombre, porque todos le llamábamos el Pescaílla. Protagonizó luego un episodio del que me vanaglorio siempre, sobre todo cuando quiero demostrar que a las buenas soy un santo, pero que a las malas no hay quien supere mi mala sangre, y es que mucho después de aquello el Pescaílla me vino a pedir un favor, que no quería hacer guardia el sábado inmediato, que tenía quehacer, y entonces yo le dije que era verano, que más de la mitad de la tropa andaba de vacaciones, y que no podía hacer nada, que él sabía que yo no escatimaba los favores, pero que alguien debía cubrir aquella guardia, y que si no era él no había nadie más. Entonces el Pescaílla se me puso farruco, y yo, cansado de las cábalas para cuadrar el listado de servicios y harto del egoísmo de cada uno, le dije por teléfono, soldado mandón y ejemplar, que él iba a hacer aquella guardia porque a mí me salía de los cojones. Así se lo dije, porque yo cuando me pongo…

Pues aquello lo protagonizó el bueno del Pescaílla, eso sí, unos meses antes, de reclutas, cuando nos llenaban el día de charlas extravagantes y ejercicios que más que instrucción eran sanciones y escarmientos. El Páter, un comandante de tez cerúlea y fantasmal, como corresponde a todo buen enviado de Dios, nos arengaba sobre nuestro papel fundamental en la salvación de la Patria, salpicando su desmañado discurso de referencias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En cierto momento, de entre las cabezas que plagaban los asientos y el suelo de la estancia, surgió un brazo blanco e inocente. “A ver, tú, ¿qué quieres?”. Y el Pescaílla que suelta: “Mi Páter, que me estaba preguntando yo, que si Usía dice que Jesucristo murió por todos nosotros, y que cuando alguien lo abofeteaba ponía la otra mejilla, y todo eso que Usía dice, que por qué entonces nosotros tenemos que coger los cetmes y luchar y defender con la fuerza a la Patria…”. El Páter no dudó un instante: “¡Pero eso fue Jesucristo, hijo mío, Jesucristo! ¿Cómo vais vosotros a compararos con Jesucristo? Vosotros tenéis que luchar y defender a la Patria, porque Jesucristo es Jesucristo y vosotros sois vosotros. Cada uno a lo suyo”. El Pescaílla se volvió a sentar en el suelo no demasiado convencido.

El Páter acabó su perorata, y se fue con su lánguido pasito por donde había venido. Un cabo liliputiense y con aspecto troglodita nos mandó a callar, y como alguno trataba de seguir charlando tras una pequeña columna, le espetó: “¡Eh, tú, no te escuendas!”. Enseguida entró un teniente muy apuesto, con una gorra demasiado deslucida para su porte marcial, y nos explicó con detalle el funcionamiento y composición de las granadas de mano. Otro día cuento cuando en la instrucción nos hacían apuntar con el cetme al Cristo del Sagrado Corazón de San Juan de Aznalfarache.

(Sugerido por el certero artículo de Manuel Jabois, Vestidos como putas)

sábado, 29 de diciembre de 2007

El puñal y la zapatilla

Gracias a Dios que sólo ha sido un sueño. Era una noche sin luna, y el maldito diablo me perseguía sin descanso, proyectando hacía mí su sombra nocturna por la calleja de tierra, con esa chistera de Tío Sam, delgado y enorme, como una endrina mantis religiosa, con esos ojos inyectados en sangre, con la luz muy atrás, alargando aún más su sombra que me adelantaba acorralándome, aunque yo igual corría y corría sin parar por el suelo de tierra de la calleja perdida, entre las puertas cerradas y el silencio irrespirable, pero él daba unas grandes zancadas, irónicas, sin correr me mantenía cerca, y alzaba el puñal apuntando a mi espalda, hacia la claridad de mi pijama, cada vez más cerca de su brazo de insecto gigante, silencioso como las puertas, pero inflexible en su paso, con trancos formidables, asesino de niños perdidos en la noche, entre las casas calladas, y yo corría, corría hacia ningún sitio, hacia la oscuridad, sobre la sombra del perseguidor, cercado por el cuchillo y su proyección oscura y afilada que rozaba mis pies, que se adelantaba, que se marchaba ahora justo cuando yo tropezaba y perdía una zapatilla en el silencio insoportable de aquel suplicio, y con un pie descalzo me acurrucaba en el vano de una de las puertas, y cerraba mis ojos fuerte y apretaba los brazos alrededor de mis piernas, y me ovillaba para hacerme pequeño, tan pequeño, imperceptible, inexistente, sintiendo el frío del cemento en el pie descalzo, y aguardando al destino, pero entonces desperté. Y gracias a Dios que sólo ha sido un sueño, y que ya es de día, porque ahora estoy seguro de que en algún sitio encontraremos esa maldita zapatilla, y que no tendré que volver al sueño para buscarla…

jueves, 27 de diciembre de 2007

Una perfecta tontería

Podría escribir un poco más sobre la melancolía, ensañarme blandiéndola contra todos los que dejáis que la Navidad inunde vuestras venas con su aliento blanco y esperanzado. Al fin y al cabo, me siento casi como un enviado del puro Demonio para corromper los buenos deseos y el optimismo de tanta buena gente, gente que, de todos modos, tienen la misma razón que yo al ponerse enfrente de la melancolía: ninguna.

Podría escribir sobre los entresijos de un gran catarro, sobre este deseo ingobernable de dormir, de cerrar los ojos y dejar que tus huesos descansen hasta quién sabe cuándo, confiando en que los virus sean de buena familia y se marchen cuando acostumbran, sin gastarme más tiempo del imprescindible. Y contaros sobre la visión de mi libro cerrado sobre la mesa, recién empezado, y los niños que van de aquí allá viendo a su padre fatal, y la madre que se cansa de hacerlo todo...

Podría escribir sobre mis deseos, sobre este optimismo integral e insistente que me vence y que siempre se confunde con el pesimismo...

Pero sólo se me ocurre escribir sobre una perfecta tontería, aunque bien mirada, también merece la pena: por favor, os lo pido a todos, a vosotros y a todo el mundo, a cada uno de los habitantes de este mundo, no pongáis una coma entre el sujeto y el verbo, de veras, creo que es lo único que me producirá algún día una depresión...

lunes, 24 de diciembre de 2007

¿Será posible...


...que de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor? FINIS OPERIS (Thomas Mann, La Montaña Mágica).

viernes, 21 de diciembre de 2007

La virtud del silencio

Enka me preguntó qué es la melancolía. Yo le contesté, escribiendo así, a vuelapluma, sin pensarlo demasiado, sin afán de coherencia, como más me gusta: “La melancolía es una luz oscura que nos rodea cuando miramos con indebida atención... O el brillo de esas certezas que acuden en auxilio de la vida cuando quieres comértela. El mismo amor es pura melancolía...”. Luego le reconocía necesitar unas vacaciones de mí mismo. El silencio es una virtud que sólo la música y algunas voces muy señaladas deberían poder interrumpir.

lunes, 17 de diciembre de 2007

A vueltas con el limón




Dijiste que Miguel Hernández nos había hablado del limón, unos versos hermosos, y lo que dijo fue:


Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura, sin embargo.

Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.

Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,

se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.


Es cierto lo que dijo, varias veces cierto. Y también lo que dije que decía Kiko:

Salta la rana, brilla la luna,
por la ventana una aceituna
eres tú,
por tus huesos voy,
eres tú.
Me tiraste un limón
y me diste en to la frente
son las cosas del amor
esa estrella reluciente.
Las cosas que yo sé
las sabe un tonto cualquiera
mi corazón va solito
por la carretera.

Y también tenía el hombre razón. La cosa está en dejar de transitar las noches, las del alma y las del día, para evitar estos vacíos tan inconmensurables...

miércoles, 12 de diciembre de 2007

High Broken Stillness


Como un vagabundo... (Meme: mi txoko)

Ruth me invita amablemente a seguirla en un Meme que inaugura Maripuchi. La cosa consiste en mostrar una foto del lugar donde solemos concebir todas estas locuras que compartimos en los blogs. Yo he de reconocer que en casa soy un paria, alguien expulsado de todos los lugares con pinta de estudio. Me quedé sin él, sin mi estudio, cuando mis hijos se hicieron lo suficientemente grandecitos como para requerir una habitación para ellos solos, y la mesa de mi habitación se la quedó mi mujer por aquello de andar la pobre mía estudiando unas oposiciones. Además, está tan lejos del módem, y a mí me da tanta pereza organizar conexiones sin cable o largas conexiones con cable... Así que me conformo con arrimar el ordenador a la mesita del salón, y ahí me pongo a teclear hasta las tantas. Admito adopción a cambio de un rinconcito apañado...

Y bueno, claro, debería invitar (es una forma de hablar, claro) a varias victim... digo, amigos y amigas a que nos mostraran sus cálidas madrigueras... Ejem... Bueno, pues invitaré (amablemente) a Raquel, Diarios, Elita, It y Lula. Sé que no me odiaréis eternamente...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

De la buena y la mala literatura

Nuestra amiga Ruth, en una como siempre delicada entrada de su blog titulada Buen vino y mejor literatura, atiende al tema de la buena y la mala literatura. En esta entrada, resumiendo toscamente el directo y brillante texto de nuestra amiga, Ruth hace prevalecer el gusto y el disfrute personal sobre otra consideración a la hora de decidir si una obra literaria es mala o buena.

Pidiendo perdón por el mal juego de palabras, siento disentir con Ruth y con los primeros comentaristas de su texto, que abundan en su tesis y la apoyan. Por supuesto, considero que la emoción, la transmisión de sentimientos y el interés de los contenidos son requisitos de la buena literatura, pero no constituyen los únicos requisitos que hacen de un texto buena literatura. De hecho, hay emoción, sentimientos e interés en otras muchas expresiones que no podrían ser nunca consideradas ni siquiera artísticas, y cuando estas expresiones están formuladas por escrito su aceptación en nombre del derecho al gusto personal (inalienable, faltaría más) nos dejaría flotando en un mar donde todo valdría. O mejor sería decir, donde cualquier cosa sería valiosa desde el punto de vista literario con tal de que le gustara a alguien. Creo que confundimos (en un error muy extendido en el que, en un lugar o en otro, todos caemos con facilidad) el gusto personal, y el derecho que todos tenemos a él, con la valoración de una disciplina artística y de sus obras. En esta disciplina también interviene el gusto, pero éste debería tender a refinarse, y no a refinarse para hacernos más refinados y cultos, sino ante todo para hacernos disfrutar cada vez más, para que las sorpresas que uno se lleva con estos pequeños tesoros que son los libros sean cada vez más intensas e inolvidables.

Ruth pide una definición, y a continuación expone varias características que, en su opinión, nos podrían ayudar a valorar una obra literaria: una buena gramática, una buena estructura, un tema interesante, imaginación, vocabulario correcto, credibilidad y en general una historia que “te haga lamentar haber acabado el libro”. Es una lista sin duda apropiada, pero claro, estos criterios pueden ponderarse, y unos darán más importancia a la estructura, otros al tema, aquélla a la imaginación y éste a que consiga echar una lagrimita al final del libro. Leyendo a Ruth recordaba que de pequeño, con unos diez años, rodeado de una gran familia extensa, por mi casa pululaban siempre varios ejemplares de fotonovelas, que eran devoradas con fruición por las mujeres de mi casa. Corín Tellado era la autora más leída en mi casa, y lo siguió siendo muchos años hasta que conseguí que mi abuela, ya postrada en su sillón, se bebiese todo lo de Agatha Christie, Simenon y Conan Doyle. Te puedo asegurar que pocas veces he encontrado más emoción, más sentimientos y más interés en ninguna obra artística que en esas historias truculentas y apasionadas. Sólo en la vida real me han ocurrido sucesos más emocionantes que aquellos que le leí a esta buena mujer. De hecho, se dice que Corín Tellado es, entre los autores en lengua castellana, la más leída después de Cervantes. Ahí es nada. Ahora bien, ¿se la puede considerar una buena escritora? Sus obras, ¿son buena literatura? ¿Son literatura? Aquí es donde quiero incidir sobre una aspecto relevante del asunto: a mí, así, a bote pronto, me importa bien poco si Corín Tellado es o no es literatura, lo que me importa es que si al coger alguno de sus textos me siento capaz o no de leerlo, y por supuesto ahora no me siento capaz, y no por insuficiencia mía sino del texto. Aquel interés, aquella emoción y aquellos sentimientos que la obra conseguía comunicarme en mis diez años se han atenuado o han desaparecido. Ahora ni siquiera la catalogaría como una obra de formación del lector, porque desde ese punto de vista cualquier cartel publicitario o cualquier panfleto evangelista también lo serían. De entrada, y basándome en cierta sensibilidad lectora que he ido adquiriendo en estos años, y que hasta ahora me ha llevado a leer obras muy hermosas, supongo que la obra de Corín Tellado debe ser una bazofia literaria porque me resulta imposible leerla.

Quiero decir que no deberíamos colocar nuestro objetivo en la determinación de qué obras son buenas y cuáles malas, sino en el crecimiento personal, en ir aprendiendo a leer, de forma en gran parte inconsciente, guiados precisamente por ese gusto que ensalza Ruth, pero no por un gusto estático y final, sino abierto y ambicioso. Más que lamentar el final de una buena obra, deberíamos ansiar esa sensación mitad terrible, mitad deliciosa de preguntarnos al final ¿y ahora qué puedo leer que no me decepcione?

Lo que tal vez nos engaña es el papel que desempeña el gusto personal en todo este tinglado. Nunca pude leer a Rowling y a sus deslavazadas historias de imaginación al por mayor. Y creedme que lo intenté, que compré alguno de sus libros, que traté de leérselos a mis hijos (que tampoco los soportaron), y que aficionado a este tipo de obras quise leer algo para poder entender su impresionante éxito. Pero nada, no pude. Sin embargo, soy un enamorado de Tolkien, sobre todo de sus tres grandes obras (Silmarillion, El Hobbit y El Señor de los Anillos). Me aburre su amigo Lewis (Narnia es una obra con momentos de extremo ridículo), y considero bastante simple al bueno de Ende. En cuestiones de imaginación, a mi juicio Poe es uno de los más grandes. Digamos sin temor a equivocarnos que cualquiera reconocería la distancia cualitativa que existe entre Rowling y Corín Tellado, aunque seguramente habrá alguno que me discuta el gusto mayor por Tolkien sobre Ende o Rowling. Muchos menos serán los que pondrán en tela de juicio la grandeza de Poe al lado de casi todos los mentados... Juro que me fastidia una barbaridad verbalizar estas escalas del gusto, pero lo cierto es que existen, y existen con ciertos parámetros objetivos que impiden que a nadie en su sano juicio se le ocurra conceder más calidad a la Tellado que a Poe. Porque si la cuestión es de puro gusto, ¿quién me impediría afirmar que la asturiana le da varias vueltas al estadounidense?

Y aquí llegamos a la parte final de mi planteamiento, sin la cual todo esto que he dicho probablemente podría malentenderse: todos tenemos el derecho a leer lo que nos dé la gana. Pero aún más, todos tenemos derecho a ir formándonos en la lectura, y a no entender y no disfrutar, en determinados momentos de nuestro camino, de determinadas obras maravillosas, pero sí de otras obras menores. ¿Quién podría decir que esos versos de la alumna de Ruth no son increíbles, y un germen de literatura si no literatura misma? ¿Quién podría decirle a aquel niño que, sin haber leído casi nada, se bebía las fotonovelas de su abuela, que aquello no era literatura, y que lo que debía hacer es leer El amor en los tiempos del cólera? Aunque nadie, supongo, tendrá la más mínima duda de que en cualquier frase de la obra de García Márquez hay mucho más romanticismo que en toda la obra completa de Corín Tellado. Supongo...

La Rossa

Me van a coger un rato de serenidad, no los entretendré más de diez minutos, y se me aseguran que nadie les molesta. Colocan el volumen en un punto bien audible, y si el ambiente es ruidoso se me ponen los auriculares. Luego pulsan en el botoncito y se me introducen en esta obra de arte, una de esas de las que ya les hablé en otro momento. Les transcribo la letra de la obra, aunque si no saben inglés no se me encojan, que les traduzco su última estrofa, y con eso ya se embarcan sin miedo:

¡Llévame, llévame ahora y mantenme bien
dentro de tu cuerpo de océano,
arrástrame a la costa como los restos de un naufragio,
y allí déjame yacer por siempre!
¡Ahógame, ahógame ahora y mantenme hundido
ante tu hambre desnuda,
quémame en el altar de la noche...
dame vida!


LA ROSSA

Lacking sleep and food and vision
here I am again, encamped upon your floor,
craving sanctuary and nourishment,
encouragement and sanctity and more.
The streets seemed very crowded,
I put on my bravest guise-
I know you know that I am acting,
I can see it in your eyes.
In the harsh light of freedom I know
that I cannot deny that I have wasted time,
have frittered it away in idle boasts
of my freedom and fidelity,
when simpler words would have profited me
most...
...it isn't enough in the end, when I'm looking
for hope.
Though the organ-monkey screams
as the pipes begin to spit
still he'll go through the dance routines
just as long as he thinks they'll fit,
just as long as he knows that it's dance, smile-
or quit.

Like the monkey I dance to a strange tune
when all of these years I've longed to lie with you,
I've bogged myself down in the web of talk,
quack philosophy and sophistry-
at physicality I've always baulked,
like the man in the chair who believes it's
beyond him to walk.
I've been hiding behind words,
fearing a deeper flame exists,
faintly aware of the passage
of opportunities I have missed.
But the nearness and the smell of you,
La Rossa from head to toe...
I don't know what I'm telling you,
but I think you ought to know
soon the dam wall will break, soon the water
will flow.
Though the organ-monkey groans
as the organ-grinder plays
he's hoping, at the most,
for an end to his dancing days;
still he hops up and down on his perch
in the usual jerky way.
Though it might mean an end to all friendship
there's something I'm working up to say.

Think of me what you will;
I know that you think you feel my pain-
no matter if that's just the surface.
If we made love now would that change all
that has gone before?
Of course it would, there's no way it could ever
be the same...
one more line crossed,
one more mystery explained.
Now I need more than just words, though
the options are plain that lead from all
momentary action.
If we make love now it will change all
that is yet to be...
never could we agree in the same way again.
One more world lost,
one more heaven gained.

La Rossa, you know me, you read me as though
I am glass;
though I know it there's no way in which I can
pass-
though it means that you'll finish my story
at last I'd trade all the clever talk,
the joking, the smoking and the quips,
all the midnight conversations, all the friendship,
all the words and all the trips
for the warmth of your body,
the more vivid touch of your lips.
All bridges burning behind me,
all safety beyond reach,
the monkey feels his chains out blindly,
only to find himself released.

Take me, take me now and hold me deep
inside your ocean body,
wash me as some flotsam to the shore,
there leave me lying evermore!
Drown me, drown me now and hold me down
before your naked hunger,
burn me at the altar of the night-
give me life!

Van Der Graaf Generator
La Rossa

(Hammill)

domingo, 2 de diciembre de 2007

¡Qué risa, María Luisa!

Como casi todos los políticos, al menos como todos los políticos que han triunfado, Magdalena Álvarez, Ministra de Fomento, actúa con una inconcebible tranquilidad y sin buscar responsables ante un problema como el que ha descabalado durante semanas la rutina de un montón de barceloneses. Por su parte, los políticos catalanes no han tardado en intentar rentabilizar el problema para sus tesis nacionalistas, y como casi todos los políticos, sobre todo los que han triunfado, demuestran un grado de hipocresía realmente repugnante.

He de reconocer que escribo este texto porque escuché que alguno de estos políticos nacionalistas, no sabría decir quién, reprendió a la Ministra el humor con que se tomó el asunto, añadiendo (para redondear la estupidez) que “para los catalanes el humor se produce cuando las cosas funcionan bien”. Dado que la Ministra es andaluza, imagino que el listo de turno quiso decir algo así como que los andaluces, así, en general, le encontramos la gracia a todo, incluido lo que no la tiene. Por supuesto, no reconozco que este individuo hable por todos los catalanes, claro, entre los que hay buenas y malas personas, tontos y listos en semejante proporción a la que se da entre los andaluces (véase el ya citado librito de Cipolla, Adagio ma non troppo). Tampoco creo que las virtudes de nuestra Ministra puedan ser extrapolables a todos los andaluces, adjetivo impreciso donde los haya.

Yo decía lo de la hipocresía porque toda esta gente que, tal vez con razón, hoy se manifestó para pedir que las competencias en infraestructura pasen al gobierno de la Generalitat no ha pensado demasiado en un par de asuntos: ¿dónde han estado todos los políticos catalanes justo hasta que ha estallado la crisis del transporte en Barcelona? ¿Hubo alguno que avisase sobre el inminente desastre, o andaban todos muy absortos en sus coches oficiales? Y segundo: dado que las competencias en materia de Salud están transferidas a la Generalitat desde hace ya bastante tiempo, ¿alguien podría explicarme por qué el sistema sanitario catalán funciona tan horriblemente mal? Al menos, esa fue mi experiencia, y eso escuché de muchos usuarios el 26 de diciembre del año pasado, día de San Esteban, en el que tardé doce horas en que un médico reconociera a mi hijo mayor, que sufría de gastroenteritis, y eso luego de visitar tres hospitales y un ambulatorio, y de hacer varias llamadas al Servei Català de la Salut, e incluso a Urgencias, consiguiendo en todos estos intentos una respuesta bastante inhumana y como poco impropia de un lugar civilizado. En los distintos lugares donde esperamos, mi hijo de 13 años vomitando y sintiéndose muy mal, y mi hijo de 11 y yo sin haber desayunado y habiendo tomado en el día sólo un bocadillo improvisado, todos nuestros compañeros de espera, con niños pequeños que padecían fiebre alta y se encontraban incómodos y tristes, hablaban de que aquello no era raro, y que estaban ya muy hartos de la atención sanitaria que recibían. Alguien comentó que debía ser así para favorecer los seguros médicos privados, pero una señora repuso que ella tenía un seguro médico privado y que también le ocurría esto. El día de San Esteban es fiesta en Barcelona, y obviamente las urgencias deben ser más lentas. En muchos años de visitar los servicios de urgencia sanitaria en Sevilla en ninguno de ellos esperé más de dos o tres horas, y en el peor de los casos un médico reconoció al niño, siquiera superficialmente, al poco de llegar a dichos servicios. Tal vez sea otra razón más por la que algunos de los andaluces de los que parece hablar ese bobo de antes andemos siempre con chistes y buen humor…

Pd.- Tal vez este texto, que trata sobre una pandilla de filibusteros y no sobre los catalanes (adjetivo impreciso donde los haya), podría parecerle al Señor Pujol otra muestra de la falta de “respeto a los catalanes”, tan generalizada en España (?), pero para que se calmen él y sus cofrades yo le repetiría el comentario que hizo mi mujer cuando escuchó todo eso de que Cataluña está pisoteada y maltratada por España: “¡Je, je, que se lo digan a Teruel!”. En fin, ganas de enfrentar a la gente, es de lo que viven estos piratas…

jueves, 29 de noviembre de 2007

El narrador narrado

Cualquiera sabe que una de las funciones más importantes de las historias es conservar nuestra memoria, pero uno nunca deja de sorprenderse cuando la teoría se convierte en práctica.

Mi padre me contó infinidad de veces, hasta llegar a ser angustioso para mí escucharla, la historia de sus trabajos en la provincia. Al final de su vida laboral trabajaba arreglando pinchazos de ruedas en un pequeño taller, pero su profesión, la que aprendió y en la que, según él, destacó, fue la de recauchutador. Se dedicaba a crear moldes para piezas de goma, y también a empalmar concienzudamente cintas transportadoras de considerable tamaño en empresas repartidas por la capital y por los pueblos de Andalucía y Extremadura. Disfrutaba indeciblemente explicándonos cada uno de los detalles de su trabajo, y con el auxilio de su inmodestia los convertía en una sucesión de heroicidades que lo eran en tanto él así los consideraba. Porque lo cierto es que siempre fue un hombre mañoso, muy mañoso, que inventaba soluciones para cualquier desaguisado en el hogar.

Hoy mi padre vive su última etapa en este mundo en el ambiente pacífico de una residencia. Lo que parece ser Alzheimer impidió que siguiese viviendo con sus hijos, y ahora no se siente mal donde está, porque lo cierto es que sus necesidades han disminuido a la mínima expresión. Hoy, paseando con él por la residencia, se me ocurrió recordarle aquellas pequeños dulces de mazapán, cubiertos de piñones, que en ningún lugar los hacen más ricos que en una confitería de Aracena (Huelva). Le pregunté si se acordaba cuando nos los traía de vuelta de un trabajo en aquella zona, y me dijo que no, que no se acordaba de los dulces, como tampoco se acordaba de sus viajes para reparar las cintas transportadoras, ni de su lucha en los años cuarenta con los complejos diseños de moldes para piezas únicas de goma, de los que se mostró siempre tan orgulloso. Entonces me sentí en el deber de recordarle la historia que él me había contado tantas, tantas veces, y que ahora había desaparecido de su mente. Mientras le contaba, él caminaba con los ojos fijos en el suelo, y yo pensaba en la ironía del destino, porque ¿quién le iba a decir a aquel muchacho, cansado de escuchar una y otra vez la misma historia, que llegaría un día en que sería él el que tendría que relatársela a su padre?

El otro día, tras algunas gestiones y la ayuda de mi buen amigo Javier de Coria del Río, le llevé una foto de un maestro que mi padre tuvo con nueve años, en el único año que pudo ir a la escuela, un maestro que en ese curso les leyó a sus alumnos varios libros de Julio Verne: Dos años de vacaciones, Un capitán de quince años, Los hijos del Capitán Grant…, libros que luego él a su vez nos recomendó tantas veces. La foto de Don Rogelio Asián era de 1968, unos treinta años más tarde de aquellas lecturas. Mi padre, que aún recuerda a su maestro, que recuerda su nombre y el agradecimiento que le profesa, no lo reconoció en la foto, y yo pensé entonces que aún tenemos necesidad de contar y de contarnos, porque de alguna manera con estas historias nos sentimos menos solos.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Poemas del desperdicio (IV)

(Capítulos: I, II, III)

— El cielo parece un animal herido... —susurra Julieta apoyando la cabeza sobre su hombro y cuidando que la camelia, ya un poquito ajada, no sufra.

— Sí, no se cansa de morir. Mañana lo tendrás ahí de nuevo, renaciendo de sus cenizas...

— ¡Qué suave tu chaqueta!

— Está prácticamente nueva. Me la regaló alguien que estaba muy cansado —y entonces recuerdo la imagen de aquel hombre que se sentó junto a mí en un banco de un parque, y con el que conversé sobre astronomía y sobre el destino de los sueños que nunca se cumplen. El hombre, antes de irse, había sacado sus pertenencias de la chaqueta y me la había tendido diciendo “te ruego que la aceptes, te quedará bien, creo que tenemos la misma talla”. Llevaba unos ojos tristes y a la vez muy abiertos, tan hambrientos como cansados.

— ¿Me dejas dormir esta noche sobre ella? Me encanta el tacto de su tela...

— Me pregunto qué tela será ésta. Nunca conseguí aprender los nombres de las telas...

— Es lino —repone Julieta con la alegría de conocer—. ¿Sabes que es una de las telas más antiguas que existen? Los egipcios recubrían a sus momias con lino...

Ambos seguimos mirando al horizonte. Nuestras bolsas, los aislantes y una manta de tartán rojo y negro nos mullen el suelo al pie de un alcornoque. Las ramas bajas del árbol se dibujan hermosas contra la sangre del crepúsculo, y poco a poco vamos cayendo en ese sopor agradable que sólo las noches de verano saben inducirnos. Julieta pronto comienza a respirar profundamente, y yo con mi mano libre alcanzo el cuaderno y escribo.

Sonaba entre el silencio la Pasión según Juan, de Bach. Era un coche acogedor y una noche de luna llena, y se sentaban uno junto al otro, exactamente en el centro del mundo. Hablaba ella con los labios rozando los labios de él, y él aspiraba su aroma de fantasía, esa luz imaginada que inundaba su mundo imposible. El coro inicial

Señor, nuestro soberano,
cuya gloria llena la tierra toda,
muéstranos con tu Pasión
que tú, el verdadero y eterno
Hijo de Dios,
triunfa
Incluso en la más profunda humillación.

les traía la sal del mar lejano hasta aquel lugar de tierra negra. Cerca, por la carretera, algunos automóviles trasnochadores encendían veloces flamas, y ella y él se distinguían entonces durante un instante tenue, comprobando que sus manos no se equivocaban. Bebieron, se bebieron con ansia, se describieron mutuamente, se alzaron para luego caer entrelazados mientras se sumergían en el azar,

Te seguiré con pasos ansiosos
y nunca te abandonaré,
mi luz, mi vida.
Enséñame el camino,
aliéntame, empújame, invítame.

cubriéndose de lenguas y risas. Luego se regalaron lágrimas en la acogedora madrugada. Él, tumbado boca arriba, reparó en su semblante sobrenatural, protegido por el túnel misterioso de su pelo oscuro, justo cuando ella bajaba sus labios para un nuevo beso. Entonces la detuvo. Sintió sobre el pecho la cortina de sus cabellos a la vez que el tacto de algodón de sus senos de ángel, y aquella carita osada de bruja detenida en una penumbra temblorosa. La luz de la luna pintaba en aquellos rasgos una apología terrible de la melancolía. Él guardó la imagen en una recóndita estancia de su corazón, y entonces, lentamente, la acercó hacia él para el último beso de aquella noche, porque era necesario dejar que el tiempo reanudase su marcha,

Oh, mente atormentada,
¿dónde me conduces?,
¿dónde encontraré consuelo?
¿Permaneceré aquí,
o me esconderé
tras las colinas y las montañas?
Nada en el mundo puede ayudarme,
y mi corazón
se duele con la pena
de mi vergonzosa acción:
he abandonado la fe en mi Señor

y porque la Pasión según Juan había girado y girado en el radiocasette y había sonado tantas veces, tantas vidas habían pasado, tantos dedos recorriendo la piel de aquellos chiquillos escondidos en un coche, que la misma noche acabó rendida y pidiendo con sordina el regreso a la ciudad. Se vistieron sin prisa,

Apresuraos, vosotros, almas atormentadas,
abandonad vuestros cubiles de miseria,
apresuraos… ¿Dónde…? ¡Al Gólgota!

rozándose con torpeza, desvalidos, resignados, moribundos, ya deseando dormir para aventurarse en el siguiente sueño prohibido…

Cierro el cuaderno y a continuación detengo con la manga de lino una lágrima inesperada que cae sin prisas por mi mejilla, confundida ya entre la barba. Me dejo resbalar con suavidad para no despertar a Julieta, tratando de no dañar a su camelia blanca. La apacible maraña de ramas del alcornoque entona una canción silenciosa en la que mi conciencia se va diluyendo...

viernes, 23 de noviembre de 2007

Racista, machista y leninista

Vaya por delante una obviedad: creo en la igualdad de oportunidades y derechos de todos los seres humanos, y también creo que hay que tomar medidas excepcionales para que determinadas personas, que por su condición han sido hasta hoy discriminadas, adquieran cuanto antes todos esos derechos y esa igualdad de oportunidades.

Dicho esto, debo describir lo que me ocurrió hace unos días en unas Jornadas dedicadas a la igualdad de oportunidades para jóvenes. Dictaba una conferencia un sabio sociólogo que, a su pesar, no conseguía comunicar toda su sabiduría. Tocó de forma dispersa muchos aspectos sociales que nos podrían ayudar a entender a la persona joven, aunque fundamentalmente lo que hizo fue aburrir a la concurrencia. Aun así, en el tiempo de participación de los asistentes, una chica alzó la mano e intervino muy airada: ¿a qué joven se refería este señor? ¿Tal vez al joven autóctono, rubio, alto y con ojos azules? ¿O tal vez al joven inmigrante, desubicado y de piel más o menos oscura? La vehemencia de su intervención no justificaba en mi opinión las recriminaciones que esta mujer hacía al sociólogo, que se sorprendió tanto que sólo pudo balbucear unas excusas incoherentes, como si estuviera buscando, sin éxito, en qué parte de su discurso había sido racista.

La siguiente actividad de las Jornadas consistía en una mesa redonda dedicada a la exposición de experiencias en las que se trabajaba por la igualdad de determinados colectivos. Estaba moderada por otro sociólogo, poco menos aburrido que el anterior, que lanzó un primer discurso igualmente disperso y poco útil, dando paso luego a tres mujeres que hablarían de sendos colectivos discriminados: inmigrantes, mujeres y discapacitados... Bueno, perdón... personas con diversidad funcional o psíquica. A la luz de lo dicho en la mesa, creo que sería un buen cambio de denominación.

Pues bien, para la inmigración intervino mi vehemente amiga de antes, que soltó un discurso muy bien trenzado y bastante coherente, aunque inevitablemente teñido por el exabrupto anterior. A pesar de tanta coherencia, no pude en ningún momento quitarme de la cabeza la visión de un retrato mío, en el que yo aparecía alto, con ojos azules, pelo rubio y muy corto, y tocado con un bigotito ridículo y oscuro y un uniforme de aciago recuerdo.

A continuación intervino una chica que contrastaba profundamente con la anterior, no sólo porque la primera era colombiana y de tez oscura y la segunda rubita y de ojos claros, sino porque esta última hablaba con una cadencia casi desesperante, que impidió que cumpliera su primera promesa: que trataría de no pasarse de los veinte minutos que tenía concedidos para hablar. Cuando el moderador le quitó la palabra, había consumido algunos más, y sólo había tocado un par de puntos de los muchos que traía preparado. Esta mujer, con suprema tranquilidad, inició su discurso hablando de la necesidad de que las mujeres se liberaran de todos los yugos a los que esta sociedad machista las somete, y que si ahora el colectivo se encontraba mejor que en el pasado era exclusivamente gracias al trabajo del movimiento feminista. Eran las mujeres las que tenían que luchar por su liberación, quedando por deducción los hombres en uno de dos papeles: en el del machista represor o en el del espectador que asiente. Entonces, en mi retrato adquirí tintes más hoscos, y me vi ceñudo y con el látigo en una mano y el hacha en la otra, y esbozando un grito de semental para que mi mujer obedeciera. Hiciera lo que hiciera todo indicaba que no podría desembarazarme de mi condición de ario xenófobo y de macho cabrío.

La tercera persona que intervino era una mujer en cierta forma admirable. Llevaba muchos años trabajando con el colectivo de personas con diversidad psíquica, en concreto con grupos de chavales con síndrome de Dawn. Esta mujer expuso una teoría que me gustó: todos encontramos algún problema para desempeñar nuestra vida diaria, de un tipo u otro, con una intensidad u otra. Estas personas se topan con un obstáculo grande, pero no son diferentes cualitativamente del resto de las personas, sino cuantitativamente, es decir, tienen más problemas para desarrollar una vida normal, pero desde ese punto de vista son tan normales como cualquier otra persona. Todo el mundo pareció entender esta idea, y por las caras yo veía que era muy bien acogida en la concurrencia. En ese momento, la buena señora detuvo su discurso y quiso dar la palabra a los chavales mismos, un grupo de los cuales se encontraba en el lugar. Entonces intervino una parejita muy joven, él y ella novios. Nuestra amiga les preguntó qué esperaban del futuro, y él, como hubiera hecho probablemente cualquier otro joven, respondió echando el brazo sobre el hombro de su novia: “joder, quiero estar toda la vida con mi parienta, porque la quiero mucho...” Muchos en el auditorio esbozamos una sonrisa, y entonces la señora conferenciante detuvo a su muchacho y, con cara de circunstancias, se dirigió a todos nosotros rogándonos que no nos riéramos, que si algún otro joven hubiera dicho lo que su muchacho no nos hubiésemos reído, y que sus muchachos merecían el mismo respeto que cualquier otro joven. Es decir, que volvió a crecerme el bigotillo ridículo y me vi haciendo experimentos esterilizadores y exterminadores con estos chavales tan cariñosos. De nada sirvió que un compañero le pidiese a esta señora que no insultase a la audiencia con esa presunción de que nos reíamos del chaval y no con lo que el chaval decía. De nada sirvió que se le apuntase que era con su recriminación idiota con lo que estaba discriminando a sus jóvenes; según ella, y también por deducción, uno debía medir muy bien su alegría ante ellos para no discriminarlos. En mi centro de trabajo hay jóvenes con síndrome de Dawn que realizan tareas básicas y no tan básicas, y con los que todos nos relacionamos como lo que son, personas normales, es decir, personas con sus características concretas y sus obstáculos para vivir. Y no pasa nada. Menos mal que esta mujer no vendrá nunca por mi trabajo.

En fin, que a todo el mundo le quedó allí muy claro que no debemos discriminar a inmigrantes, a mujeres ni a diversos funcionales o psíquicos. Aunque muchos de nosotros creyéramos que ya estábamos más que concienciados con el tema, que no, que para nada, y en el caso de los hombres peor, porque al menos las mujeres son todas respetuosas con ellas mismas, pero los hombres ni con las mujeres... ¡Qué mala persona que soy, joder! Y que no se ría nadie, háganme el favor.

jueves, 22 de noviembre de 2007

LOS PLANETAS DE HOLST, Teatro para niños (VI)

ACTO 6º. URANO EL MAGO

Aquelarre en un claro del bosque. Un fuego crepita en el centro y el Mago, con una gran capa blanca sobre un traje negro, con barba y cabellos largos y plateados y un báculo retorcido, danza pesadamente alrededor de las llamas. Los árboles brillan en el fondo, iluminados por el fuego.

La mutilación de Urano por Saturno
Giorgio Vasari y Gherardi Christofano
El mago comienza a usar el báculo y hace aparecer animales. Primero entra un gran oso que torpe e indeciso avanza, alzándose de vez en cuando sobre sus patas traseras, y volviendo al suelo con una suerte de decepción. Al par de la cuerda, la escena se puebla de inquietas mariposas que vuelan alrededor del fuego. Luego surgen peces nadando por el aire con elegancia, mientras unos copos de nieve caen cada vez con más insistencia. El escenario es un carnaval de movimiento, pero el Mago ordena a los animales que se reúnan cubriéndolos a todos con su capa, y la música cesa mientras el Mago se queda solo de nuevo.
Luego de permanecer pensativo unos instantes, Urano inicia una danza de movimientos extraños, y animales fantásticos surgen de sus movimientos: cabras de tres cabezas, sirenas con cuerpo de bruja, camellos azules y compungidos, elefantes con patas de bailarina, el inevitable unicornio… Pero en cierto momento parece caer en la cuenta de lo que parecía haber estado buscando todo el tiempo, y mientras los animales se retiran asustados, se convierte a sí mismo en un niño, que con la sombra del mago detrás sale de escena observándolo todo como si el mundo fuera nuevo.

El morbo democrático

En El Rey Pescador, Jack Lucas es un triunfador, un locutor de radio admirado y narcisista. Cierto día un oyente, que había llamado para expresar a Lucas su asco por la gente bien, y al que éste había animado a acabar con esa gentuza, se introdujo en un restaurante selecto, y con una escopeta reventó al azar a un puñado de sus parroquianos.

Jack Lucas aparece a los dos años de este suceso con ojeras, medio alcohólico y recogido por la hermosa dueña de un videoclub de mala muerte. Una noche, Lucas, aplastado por su conciencia, decide suicidarse, pero lo salvan dos chicos que, confundiéndolo con un mendigo, comienzan a darle una paliza de muerte. De esa otra muerte lo salva Parry, un caballero andante, un mendigo fastuoso. Parry había visto morir a su esposa en la matanza del restaurante, y entonces se había vuelto loco y había tirado una brillante vida por la borda. Jack Lucas, con fuerzas muy justas, ayuda a Parry a buscar el Santo Grial, a deshacerse del Caballero Rojo que lo persigue, y a ganar a su dama, una desastrada y desastrosa mujercita de la que Parry está enamorado.

El otro día dicen que apareció en uno de los muchos reality shows de nuestra bendita televisión un tipo que juraba amor eterno a su novia, que lloraba y le suplicaba que lo aceptara, porque no podía vivir sin ella. Ella lo rechazó en público, seguramente ante la mirada de muchos cientos de miles de espectadores. Unos días después, este individuo degolló a su novia. Todo el mundo está conmocionado, sobre todo porque el asesino tuvo la desvergüenza de aparecer en la televisión antes de asesinar a la pobre mujer, porque mira, si lo hubiese hecho calladito, sin más revuelo, sin alborotar al gallinero... Desde algunos ámbitos se ha llegado a pedir la retirada del programa donde este tipo habló, mucho más cuando le dio voz a un señor que cargaba con una orden de alejamiento no precisamente por su buena dicción.

Jack Lucas se equivocó al tener conciencia, algo que ya no está de moda. El colectivo de periodistas apesta, y el hecho de que existan algunos elementos fabulosos en su interior no atenúa nada el hedor. Pero es que la audiencia televisiva apesta, y por ende el país apesta. Sin perder demasiada altura, la extendida bobería de los programas televisivos, que en otros tiempos se limitaban a entretener sin procurar ningún bien a los espectadores, ahora ha dejado un lugar importante al morbo. Se pueden contar con los dedos de una mano los programas de televisión (y de cualquiera de los medios de comunicación) que no usan el morbo como uno de sus principales atractivos. Y ahí estamos todos para tragarnos cuantos tomates y desperdicios quieran los carroñeros lanzarnos al patio de nuestra inanidad. Y ahí estamos, todos convencidos de esos valores maravillosos que son el amor eterno, y la fidelidad a toda costa, trufadita de necesidad, de pasión desenfrenada, de ceguera y orgullo posesivo. Pero todos tranquilos, porque poco a poco la igualdad (uniformidad de clones) va imperando, porque hay comités de expertos para cada problema, porque los discursos de los políticos están llenos de promesas; porque vivimos en democracia, a ver si nos enteramos, una palabra que justifica todas las imperfecciones...

domingo, 11 de noviembre de 2007

De reyes, salvadores e idiotas

No os canso, de veras. Todo el mundo habla del Rey y de Chávez, pero juro que hay ocasiones en que pienso que la gente se volvió completamente tonta, o que no hay un solo periodista cuerdo, o que (y esto ya me preocupa) soy yo el bobo que no ve lo que todo el mundo está viendo.

Vamos a ver, el Rey no mandó a callar a Chávez porque le gustara más o menos lo que decía, ni para defender a un español (que menudo español, por cierto), ni por ninguna de estas tonterías que se andan diciendo. Me parece más que evidente que el Rey está cansado de que Chávez interrumpa continuamente a Zapatero (se oye a Bachelet pidiendo que no se dialogue), y sobre todo de que este personaje repita una y otra lo mismo (sin entrar en que lo que dijera fuera razonable o no). ¿Que siendo Rey y Jefe de Estado, el monarca debería haberse controlado? Pues tal vez, aunque esa reacción demuestra una debilidad que a mí particularmente me parece de lo más humana, sin que esto quiera decir que me vaya a convertir por ello en un monárquico apasionado.

Ahora bien, la reacción más estúpida es, con diferencia, la del amigo Gaspar Llamazares, que considera que el Rey no debería haber interrumpido a Chávez porque no le gustaran las ideas que este maleducado exponía. Aquí sólo cabe concluir que Izquierda Unida siempre tendrá el papel político que se merece, porque sus dirigentes, además de mentirosos, como los otros, suelen casi siempre distinguirse por su notoria e irreparable necedad.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Peludos en las explanadas

(Más fotos de Sevilla para Luna llena)

A veces me da por pensar que la música clásica no crea aficionados a la música, sino fanáticos del papel pautado y de una visión microscópica y burda de la propia realidad musical. Renuevo esta sensación al leer una conversación mantenida entre Ramón Andrés y Eugenio Trías en el ya aquí mentado suplemento de Babelia del sábado 20 de octubre. Y de ninguna manera afirmaría yo que estos buenos señores no posean una vasta sabiduría y una sensibilidad más que refinada para ese mundo apasionante que es el de la música culta. Pero en su diálogo se manifiesta cómo son una gran parte de los profesionales y aficionados a esta modalidad musical: estrictamente limitados a ella, convencidos de que fuera de ella sólo hay expresiones más o menos respetables de algo sólo remotamente emparentado con la música de verdad, la música buena, la música clásica.


Trías y Andrés demuestran en su conversación ser dos personas muy sensibles, que han reflexionado con asombrosa profundidad sobre la música, y de ahí que hagan hincapié en aspectos de la misma de los que nadie en su sano juicio podría disentir: el papel fundamental de la inteligencia en la música, su labor como forma definida de conocimiento, su valor espiritual e incluso su poder terapéutico (que yo complementaría con su vigor melancólico). Ramón Andrés llega a expresar una idea que, en mi opinión, debería desembocar en otras menos conservadoras: “Los grandes compositores medievales y renacentistas sabían que el sonido era algo que se movía, que tenía una entidad propia. Pero cuando se encerró el sonido en esa caja que es una sala de conciertos, donde la música debe tener una personalidad como discurso pero no como sonoridad, fue donde el oído se perdió, se entumeció y ensordeció”. Andrés lo dice, obviamente, en relación con la relativa apertura que supone la música culta contemporánea con respecto a la música clásica. Pero tal vez debería llevar su reflexión más allá.

Y es que ahí reside el problema de la música clásica, que todos los análisis son realizados en el ámbito endogámico de ese tipo de música, tachando al resto de músicas de populares, en una diferenciación insuficiente e interesada entre música culta y música popular. En esta música popular se amontonan géneros tan dispares como el rock, el folk, el jazz, el blues, el flamenco..., y todas las variantes y mezclas de ellos, aunque no las composiciones en las que la música culta accede a esa música popular para copiar sus bondades, algo que ocurrió desde siempre y que, el cielo lo quiera, siempre seguirá ocurriendo.

Nuestros amigos departen sobre el negocio de la música, y ahí hablan de “niveles muy rudos y músicas muy rudimentarias”, con “esos espectáculos en grandes explanadas con cosas horrendas”. Quiero entender que hablan de esas ceremonias, más mediáticas que musicales, en las que cantantillos de tres al cuarto repiten hasta la saciedad aquella que fue ya canción del verano en 1965. Aunque cabría la posibilidad de que Trías y Andrés pretendan comprimir en esa frase desde un concierto de La oreja de Van Gogh, hasta uno de Genesis, Van der Graaf Generator o Chick Corea. Aunque concedamos a estos amigos un conocimiento mínimo en todos los tipos de música, su posterior comentario nos deja claro que, en el fondo, cualquier ser peludo y ruidoso, como cualquier intérprete popular, será siempre para ellos alguien en la periferia de la música culta, ya sea que hablemos de Georgie Dann, ya que lo hagamos de Frank Zappa. Y es que dicen lo siguiente: “(...) esos espectáculos en grandes explanadas con cosas horrendas también tienen elementos auténticos. Porque la gente tiene necesidad de que la música los penetre. Y la música tiene esa capacidad, ese poder”. Esa doble o triple contradicción los delata, han entrado en un terreno que no conocen ni desean conocer, pero para curarse en salud admiten comprender a las masas cuando consumen productos prefabricados para los que han sido programadas. Por lo visto, la música ruda y rudimentaria sigue siendo música, algo sobre lo que habría mucho que discutir, pero ¿para qué discutir si así tenemos que andar removiendo en la basura y distinguir entre U2 y Emerson, Lake and Palmer? Si cualquier aficionado culto sabe que no hay que meterse en berenjenales, que a efectos prácticos son el mismo ruido. Pues así, reconocemos que las masas tienen derecho a mover el esqueleto, y que con su pan se lo coman, que nosotros, los cultos, pasamos hace años el dodecafonismo, que, y es sólo un ejemplo, está a años luz de todo lo que hacen esos peludos. Y ahí es donde Trías y Andrés me parecen que pierden pie, y de sesudos aficionados a la música, pasan a ser (con todos sus quizá asombrosos dodecafonistas, serialistas y espectralistas) viejecitos muertos de miedo ante aquello que no consiguen entender. En jazz, por ejemplo, hay gente fantástica que hace jazz clásico, y otras que inventan caminos inexplorados tan dignos como todos los ismos en los que actualmente, a veces de forma bastante vacía, se sumerge la música clásica. E incluso hay genios como Corea o Jarrett que tocan todos los palos, y cuyo dominio del piano aún tendrían que demostrar otros intérpretes que sin una partitura son incapaces de la más mínima expresión, sin contar con que la capacidad compositora de aquellos se añade a la interpretativa. Que ningún grupo de peludos admite su comparación con Bach... Claro, ni de peludos ni de calvos, nadie resiste una comparación con Bach. Pero entre Haydn y Stevie Ray Vaughan, si se me permite tan estúpida comparación, no tengo la más mínima duda, me inclino por el tejano, que sentía y acariciaba la guitarra como nunca Haydn acarició una sola de sus partituras. Entre Glenn Gould y Jarrett tampoco tengo dudas, como tampoco la tengo entre Bitetti y Hendrix, aunque Gould y Bitetti me parezcan intérpretes geniales.

En fin, que no se trata de confrontar a esos dos mundos, y que el mundo culto debería hablar menos de su cultura y practicarla mucho más, y que el otro mundo, el de la música popular, debería ser más culto, más espiritual, más una forma de conocimiento que una mera repetición de la programación de los cuarenta principales. Todo esto, claro, no deja de ser un manojo de deseos utópicos, porque si en algo tenían razón Andrés y Trías en su charla es en que “el futuro siempre ha estado en esta música que es minoritaria”, es decir, en Van der Graaf tanto como en Arvo Pärt, en Echolyn tanto como en Ligeti, en Camarón de la Isla (el Camarón hondo) tanto como en Fischer-Dieskau, en Pentangle tanto como en Purcell... Y en cuanto a las masas apenas nos queda llorar y tratar de educar a nuestros hijos.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El trenecito lerén

Érase una vez una ciudad donde todas las mañanas el termómetro de la irritación subía muchas décimas. Los usuarios de los autobuses, cuando tenían la suerte de poder tomarlos, se hacinaban como sardinas y llegaban siempre tarde a su destino. Al bajar y convertirse en peatones, debían mirar a izquierda y derecha para no ser atropellados por las bicicletas que volaban por un carril bici que llenaba todas las avenidas de las ciudad, dejando pequeños pasillos intransitables de acera. Luego, estos mismos peatones debían sortear varios obstáculos: los repartidores de periódicos gratuitos, los productos expuestos fuera de las tiendas, la muchedumbre que aguardaba para cruzar los semáforos, los grupos de albañiles que aguardaban para echar mano a la obra, o en su caso la obra misma que solía anular del todo la acera, a los ancianos lentos, a las mierdas de perro, a los transeúntes que osaban pararse en la calle para charlar o esperar algo… Otros, conduciendo sus automóviles, también llegaban siempre tarde porque el caos circulatorio en la ciudad era la norma, además de que todo el mundo debía pasar un período de aprendizaje en la conducción temeraria, puesto que de otro modo el conductor ingenuo era machacado por el resto de conductores que zigzagueaban sin temor por las calles. También los ciclistas lo pasaban muy bien, porque la velocidad media en los carriles obligaba a todos a disfrutar del estrés ciclista (nueva enfermedad en la que la ciudad fue pionera), además de tener que sortear árboles, casetillas de electricidad, peatones despistados y traviesos, estampidas de peatones, baches, escalones, contenedores de basura… Y es que en esta ciudad no había policía local, o si la había nadie la había visto, por lo que los dueños de las tiendas, los constructores, los conductores, los ciclistas, los dueños de los perros e incluso los propios peatones vulneraban las normas de educación vial y ciudadana a sabiendas de que nadie les llamaría la atención. Y así todos eran profundamente libres y felices.

Cierto día, su alcalde tuvo una idea genial. Se levantó por la mañana, se miró al espejo, se acicaló un poco para las treinta o cuarenta fotos que le tiraban cada día; luego se dijo unas palabritas de ánimo, asegurándose a sí mismo que era el mejor alcalde de la historia de la ciudad, y cuando se ajustaba el traje, de pronto, se le ocurrió: traería de nuevo el tranvía a Sevilla. Ya andaba liado con un metro, en el que la ciudad volvería a batir otra marca más: la del mayor tiempo usado en la construcción de la primera línea. Así que nada más llegar al ayuntamiento empezó a mover el asunto, y al final consiguió ochenta millones de euros (nada comparado con lo que su gestión merecía) para que un gran tranvía recorriera casi kilómetro y medio por el centro de la ciudad. Para ello peatonalizó el recorrido del tranvía, varias avenidas muy hermosas de la ciudad, algo que ilusionó en un principio a aquellos ciudadanos anticuados que preferían las avenidas para caminar, y que ya venían quejándose por ese vicio de andar que aún padecían. Es cierto que las avenidas quedaron llenas de postes, cables y vías, además de que se reservaba en ellas zonas amplias para los contumaces ciclistas. Pero la ciudad acabó pareciéndose algo más a esas ciudades europeas que tienen tranvía y muchos, muchos ciclistas… Nuestro alcalde se encontraba convencido de que la imagen era el espejo del karma, o algo parecido, así que si se cambiaba la imagen de la ciudad nada importaba que los problemas no acabaran de resolverse, porque con ello se ponía la primera piedra en el ambicioso proyecto de convertir a la ciudad en una de las ciudades más habitables del globo, algo que conseguiría con unas cuantas legislaturas en las que sus queridos ciudadanos siguieran confiando en su buen hacer.

Y así fue como llegaron los siguientes comicios, y nuestro alcalde los afrontó con el nerviosismo lógico, convencido por un lado de que su gestión sería suficiente para arrasar en los resultados, pero por otro temeroso de que las malas artes de los adversarios (que eran todos los demás, los anticiudadanos, los malos) pudieran conseguir arrebatarle esa vara de mando sin la que ya no se encontraría. Pero tuvo suerte, porque la buena labor de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, aliados con el barbarismo esencial de la oposición política, habían conseguido una ciudadanía alegre y confiada, enemiga de los cambios radicales y amante de la imagen. Y fue así que durante muchos años la ciudad se mantuvo como una de las más hermosas del país, o así al menos la declaraban los bienintencionados visitantes, y en la que todos, salvo algunos pobres inadaptados, vivieron felices con sus fiestas y comieron perdices de Carrefour.

martes, 6 de noviembre de 2007